lunes, octubre 30, 2006

Jerusalén: el dilema de la ciudad santa

La piedra amarilla de los muros arroja destellos dorados y toda la ciudad parece envuelta por una luz irreal, casi beatífica. Jerusalén es la ciudad eterna, tres veces santa y dos veces prometida, porque el Dios único de los monoteístas se la prometió a judíos y a musulmanes. Pero es también el lugar más sagrado para los cristianos. Aquí están el Templo, Getsemaní, el Calvario, el Santo Sepulcro. Aquí Jesús entró y fue aclamado rey.

Se "sube" a Jerusalén no sólo por su ubicación geográfica, asentada sobre colinas. También porque es la ciudad con más alto contenido religioso del mundo. Aparece 565 veces en la Biblia. Ha sido destruida 18 veces y 19 reconstruida.

Los argumentos históricos con que la reivindican los judíos se remontan a David, que proclamó a Jerusalén la capital de su reino, mil años antes de Cristo. Hablan del templo que construyó Salomón, destruyó Nabucodonosor, reconstruyó Herodes y volvió a destruir el emperador Tito, aunque quedó en pie ese muro que reclama al pueblo elegido no olvidar ni traicionar nunca a Jerusalén. Los musulmanes la llaman Al Quds, "la santa". Para ellos, Jerusalén es la ciudad donde Mahoma se convirtió en profeta al recibir el mensaje de Alá, que luego volcó en los versículos coránicos. El famoso y dorado Domo de la Roca es el lugar de la ciudad más sagrado para el islam.

Se está aquí en el ombligo del mundo y en un punto de cruce entre etnias, culturas y credos, donde la línea que separa la racionalidad del fanatismo demasiadas veces se vuelve imperceptible. De hecho, parecería que toda esperanza de acuerdo en las complicadas negociaciones de paz entre israelíes y palestinos para delimitar el territorio que le corresponde a cada uno pueden avanzar en mayor o menor medida, pero al llegar a Jerusalén se desvanecen.

Se vio en el fracaso de la cumbre de Camp David, realizada en julio de 2000 entre el entonces primer ministro de Israel, Ehud Barak, y el líder palestino Yasser Arafat, con la mediación del presidente norteamericano Bill Clinton. Entonces, un Arafat que había boicoteado sistemáticamente las salidas negociadas rechazó el audaz ofrecimiento israelí de crear un Estado palestino con el ciento por ciento de Gaza, el 97 por ciento de Cisjordania (territorios de la margen occidental del río Jordán, antiguamente llamados Judea y Samaria) y la soberanía compartida de Jerusalén oriental. La fallida negociación determinó el derrumbe del gobierno laborista israelí y la llegada al poder del Likud, con Ariel Sharon a la cabeza.

El septiembre de ese año Sharon irrumpió en el corazón islámico de Jerusalén -la Explanada de las Mezquitas- y su provocativa presencia fue el detonante de la segunda Intifada, es decir, de los violentos ataques con piedras de los palestinos a blancos israelíes, a la vez que se multiplicaron los atentados suicidas. "En lugar de avanzar hacia la paz, desde entonces se volvió la historia hacia atrás, tal vez por el término de una generación completa", nos dice Daniel Kutner al grupo de argentinos que llegamos hasta Israel y Palestina en un viaje de estudios organizado por la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP) para tratar de comprender en su contexto esta difícil realidad, de importancia estratégica en el panorama internacional. Kutner, de origen argentino, 50 años, director de Asuntos Económicos y Estratégicos del Centro de Estudios Políticos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, cree que los palestinos están hoy más lejos de conseguir avances en sus reivindicaciones territoriales y que Israel está menos dispuesto que en el año 2000 a hacer concesiones. Uno de los puntos de mayor intransigencia es la soberanía sobre Jerusalén este. "Entonces se aceptaba discutir el tema; ahora es más difícil", asegura.

Como se recordará, las Naciones Unidas establecieron una línea de partición para dividir el territorio de ambos pueblos en 1947. Un año después se proclamó el Estado de Israel y los británicos se retiraron de Palestina. En 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Israel invadió Cisjordania y la franja de Gaza, las alturas del Golán y la península del Sinaí, que posteriormente le fue devuelta a Egipto. En agosto pasado, por iniciativa de Ariel Sharon, Israel retiró a 8500 colonos judíos de la franja de Gaza y el norte de Cisjordania, como un paso significativo en el intento de trazar de una buena vez una frontera israelí-palestina. Ante los interlocutores argentinos, Sami Mosalim, gobernador de Jericó, la ciudad palestina que irrumpe de pronto como un vergel en medio del árido desierto de Judea, expresa su temor de que el Estado que surja sea un Estado sin poder, sin la parte oriental de Jerusalén y rodeado de una cerca controlada por Israel. Mosalim, palestino cristiano perteneciente a Al-Fatah, el partido gobernante, cree que la delimitación de fronteras entre el futuro Estado palestino y el de Israel hace prever la existencia de corredores palestinos dentro del Estado israelí e incluso una Jersusalén dividida que sirva de capital a ambos Estados, ya que ambos pueblos la reivindican con tanta pasión como intransigencia.

Cuatro veces milenaria

Pero ¿qué tiene esta ciudad sagrada que siempre fue una joya muy codiciada por los conquistadores asirios, babilonios, griegos, romanos, bizantinos, árabes y también por los Cruzados?

La belleza de Jerusalén está en sus murallas, en sus torres y en sus puertas, a través de las cuales se ingresa en la fascinante ciudad antigua, en la que hay cuatro barrios: el judío, el musulmán, el armenio y el latino, todos con sus lugares de culto, pero también con sus coloridos mercados. Actualmente hay siete puertas de entrada en Jerusalén. Fueron construidas por Suleimán el Magnífico en 1538-42 d.C. sobre el antiguo trazado del rey Herodes. La octava puerta -la Dorada- está siempre cerrada, y así lo estará -se cree- hasta la llegada del Mesías.

Desde hace más de cuatro mil años, los habitantes de Jerusalén, o jerosolimitanos, han edificado sus casas dentro de las murallas. Durante el día se oyen a cada rato las campanadas de las iglesias cristianas. Además, cinco veces al día se escucha la llamada al salat, la oración de los musulmanes. Cada viernes, cuando aparecen las tres primeras estrellas en el cielo, los judíos se acercan a rezar a su lugar más sagrado: el Muro de los Lamentos. El shabat durará hasta la misma hora del sábado. El Jerusalén, donde el 30 por ciento de la población judía es ortodoxa, la inactividad es total; ni siquiera circula el transporte público.

Hacia 1860 se construyó un pequeño asentamiento para los primeros habitantes que fueron a vivir fuera de las murallas de la ciudad. Hoy en día, la capital de Israel es un hormiguero de cafés, restaurantes y tiendas tanto fuera como dentro de las murallas de la Ciudad Vieja. Aquí, en los mercados, o shuks, está mal visto no regatear los precios. Las múltiples callejuelas y cortadas también han sido tapizadas por la piedra dorada de Jerusalén, lo que le da al paisaje milenario un carácter homogéneo. Hay peatonales, como la Ben Yehuda, donde pululan los turistas, que el país recuperó después de 5 años de un cruel derramamiento de sangre. "Jerusalén vivió una fuerte etapa de terror, que empezó a controlarse a partir de la construcción de la cerca de seguridad (ver recuadro), y hoy creemos haberla superado", le dice al grupo de visitantes argentinos Yigal Amedi, vicealcalde de Jerusalén.

Una convivencia compleja

A pesar de ser una sociedad multiétnica, multicultural y multilingüe, con una alta segmentación social de sectores que mantienen una fuerte identidad religiosa o ideológica, disparidades económicas y una vida política complicada, lo primero que sorprende en Jerusalén -y en todo Israel- es la coexistencia de distintos grupos de población en un Estado democrático, más aún si se considera que se trata de un país de cultura occidental en un enclave musulmán, con todo lo que ello significa en el actual contexto del terrorismo internacional. Israel es un país moderno, de 8 millones de habitantes y un ingreso per cápita de 16 mil dólares anuales. A pesar de que el 60 por ciento de su territorio es desértico, han logrado desarrollar una economía pujante con extraordinarios logros en agricultura, irrigación y en diversas industrias de tecnología de punta, como nanotecnología, bioinformática o terapias genéticas, donde descuellan numerosos centros académicos. De hecho, es el país que tiene mayor número de patentes per cápita del mundo. Ha firmado acuerdos de libre comercio con la Unión Europea y los Estados Unidos, y exporta por más de 45 mil millones de dólares al año. Todo lo ha logrado en medio de guerras y de una convivencia interreligiosa compleja, ya que todo el país está formado sólo en un 20 por ciento por judíos ortodoxos o ultrarreligiosos, pero el hecho de haber sido concebido como un Estado judío hace que la ley ortodoxa religiosa impere para todos como ley civil. El avance del poder religioso dentro del Estado de Israel es fuertemente criticado por parlamentarios, como Ilan Shalgy, del partido de centro Shinui; él cree, de todos modos, que se trata de una batalla perdida, en la medida en que las tendencias poblacionales benefician a los ultraortodoxos, cuyas mujeres duplican y más las tasas de fertilidad de las judías laicas. Hay, además, un millón y medio de personas -que representan el 20 por ciento de la población- no judías. A pesar de que son definidas colectivamente como ciudadanos árabes de Israel, incluyen una serie de grupos diferentes, en su mayoría de habla árabe, pero con características distintivas. Es el caso de los árabes musulmanes, los árabes beduinos, los árabes cristianos, los drusos y los circasianos. La Oficina Central de Estadísticas israelí pronostica que para el año 2020 un tercio de los habitantes de 14 años o menos en Israel serán árabes. La comunidad árabe de Israel constituye predominantemente un sector obrero en una sociedad de clase media, y un grupo político periférico en un Estado altamente centralizado. Pero el gradual debilitamiento de la autoridad tribal y patriarcal, los efectos de la educación obligatoria y una incipiente participación en los asuntos económicos, municipales y políticos del país afectan rápidamente sus formas de vida y sus concepciones tradicionales. Ante este panorama, el destino de Jerusalén como prenda de triunfo en el conflicto entre israelíes y palestinos tiene, por el momento, un final incierto, en el marco de una guerra que, más lejos o más cerca, nos afecta a todos.

Carmen María Ramos

Fronteras del miedo

Al mirar a vista de pájaro un mapa de la región se ve los territorios palestinos distribuidos como islas dentro del Estado israelí. Entrar y salir a través de los pasos o check-points de ciudades palestinas como Ramallah -la capital-, Hebrón, Nablus, o Belén, por caso, puede ser una odisea. También impacta el contraste entre la modernidad y el atraso, la pujanza y la pobreza que divide a ambas sociedades. El fanatismo religioso parece un obstáculo insalvable, pero se complica mucho más si se le suman las acciones de los grupos palestinos más extremistas, como es el caso de Hamas, la Jihad Islámica y Hezbollah. El gobierno israelí construyó una cerca de seguridad que en algunos tramos es de concreto y en otros se compone de un alambre con visores para detectar a los terroristas. "El muro es el inicio de fronteras entre dos Estados. Es posible que el trazado actual no sea el definitivo, pero la existencia de un muro es irreversible. Hasta ahora se ha construido menos de la mitad de la cerca, pero se ha reducido en un 95% la frecuencia de los atentados", dice Uzi Shaya, director de la Oficina de Contraterrorismo de la Agencia de Seguridad israelí. Claro que también dejaron del otro lado a miles y miles de pacíficos palestinos asqueadosde la corrupción de sus propios dirigentes, y que hasta hace poco pasaban a trabajar diariamente a Israel y volvían a sus hogares. Ya no pueden hacerlo. "La única forma de luchar contra el terrorismo es atender las necesidades básicas de las sociedades donde puede prender más fácilmente el terror, tratar de generar un futuro para que la gente tenga algo que perder y no quiera perderlo", aseguró Uzi Shaya. En una dirección similar se expresó Boaz Ganor, director del Instituto de Contraterrorismo del Centro Interdisciplinario Herzliya, la única universidad de Israel que dicta sus clases en inglés (todas las demás lo hacen en hebreo): "Se necesitaría una suerte de Plan Marshall para Palestina. El desafío es generar mejores condiciones de vida y luchar contra la pobreza. Lo vemos con el apoyo popular a organizaciones terroristas, como Hamas, que prenden entre la gente porque también realizan un gran trabajo social en las calles". Para Ganor, el terrorismo es en la actualidad la mayor amenaza mundial, aun mayor que en la que en su momento significó la Guerra Fría. "La Jihad (guerra santa) Islámica es una red de terrorismo de alcance global", advirtió.

Un mapa intrincado

Aproximarse a este complejo escenario y ayudar a comprender in situ la relación árabe-israelí en general e israelí-palestina en particular, así como los principales acontecimientos históricos de los últimos 60 años y su incidencia en la política actual de Medio Oriente fue el objetivo que llevó hasta Israel y los territorios palestinos a un grupo de veintitrés argentinos -legisladores, economistas, sociólogos, periodistas- para participar de un programa organizado por la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP).

Esta institución privada de bien público, que preside el abogado Rodolfo Lira, ha organizado decenas de programas de formación y aprendizaje para la democracia en los Estados Unidos, así como en países europeos y sudamericanos, pero es la primera vez que lo hace en Israel. Coordinado por el abogado Carlos Maslatón, el programa incluyó entrevistas con funcionarios, legisladores, académicos y expertos en geopolítica israelí, así como con funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina y voceros de esa causa.

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